martes, 26 de enero de 2016

La Reconciliación y el año santo de la Misericordia

Según la RAE la Misericordia es un atributo de Dios en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas.
Este año santo de la Misericordia viene a decirnos que no es un atributo más de Dios, que como todos los atributos de Dios, lo tiene en grado infinito, aunque ésto sea incomprensible para la mentalidad humana, sino que es un atributo por excelencia. (Como el AMOR)

En su Infinita Misericordia, Dios comprende y perdona cualquier pecado (y de hecho, a poco que seamos objetivos, nos damos cuenta de que no hay nada que hagamos, por muy malo que sea, que no haya hecho alguien antes. La frase "no hay nada nuevo bajo el sol" vale igual para los pecados. No hay pecado nuevo bajo el sol. Todo lo malo que se nos ocurra hacer ya se ha hecho antes, tiene su raíz en alguno de los siete pecados capitales y responde a romper alguno de los diez mandamientos. Así que no hay que creer que los pecados de uno son diferentes de los de los demás) pero es condición sine qua non para poder entrar en el Cielo (volver a sus brazos, gozar del Paraíso Eterno) pedirle perdón. El hombre ha de reconocer que ha hecho mal para poder abrazarse de nuevo al Padre.

Una de las parábolas más emocionantes del Evangelio es sin duda la del "hijo pródigo" y de ésta llama la atención (o por lo menos a mí siempre me ha encantado) que cuando el hijo decide volver ("¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" Lc 15, 11-32) y el Padre lo atisba por la ventana, sale corriendo a su encuentro. El hijo va pensando en humillarse, no tanto por amor, como por recibir al menos el trato de un sirviente y el Padre sale a abrazarle y lo trata como a un rey.

Ese es Dios. Pero es necesario pedirle perdón.
Y con esto pasa igual que cuando el otro día hablábamos de que no ir a Misa los domingos es pecado mortal. Aquí no se esconde un narcisista deseo de Dios de que el hombre se humille ante El, no se trata de un Dios que requiere de sus criaturas (a las que nos ha hecho hijos) que le "regalemos la oreja" pidiéndole perdón. Se trata, nada más y nada menos, que de que el hombre vuelva a recuperar su "realeza", pueda sentirse y tratarse como el Hijo de Rey que es, igual que el de la parábola, recobre su dignidad, con todo su sentido.

Cuando el hombre peca, se aleja VOLUNTARIAMENTE de Dios. Igual que el hijo pródigo. Se va. No quiere esa ley. No quieres esa norma.
Aquí os recuerdo que para pecar mortalmente hay que tener plena conciencia de que se está haciendo mal y hacerlo de todas formas. Es distinto el caso de saber que está mal pero no ser lo suficientemente fuertes para dejar de hacerlo. Ese es otro tema.
Para poder volver a Dios es INDISPENSABLE pedir perdón.

A través de este año de la Misericordia que ha convocado el Papa, es el mismo Dios el que le ha soplado que lo quiere así, Dios nos está diciendo que es el momento de volver a Él. Es el momento de recuperar nuestra "realeza" y la manera de hacerlo es dejar de comer las bellotas de los cerdos y volver a la casa del Padre a comer el mejor ternero. Y Dios está deseándolo, está mirando por la ventana a ver cuando damos el primer paso para hacerlo.

Y el Papa insiste en que realicemos esta Conversión, primero nosotros, y segundo las personas que sabemos alejadas. Se han abierto las puertas de la Iglesia para todos, pero especialmente para los que están más alejados, los que hace años que no piden perdón a Dios y que, a lo mejor no se dan cuenta, están sedientos de ello.

¿Habéis visto la película de "Family Man" de Nicholas Cage? Me encanta. Hay un detalle que me parece que sirve para escenificar la vida del pecador. Hay un momento en la película en que Nicholas Cage le grita al hombre que le ha quitado su vida de rico soltero vividor diciéndole "Yo era feliz". No son necesarios más que unos cuantos días viviendo en familia para darse cuenta de la infelicidad que tenía y, de hecho, en cuanto le sacan de la vida en familia, se cabrea y lucha por volver a ella (o por empezarla al ir a buscar a Tea Leoni). Tenemos mucha gente alrededor comiendo bellotas creyéndose feliz y si solo probaran un día de lechal tiernecito, estarían encantados. Y es el momento. Es el momento de la Iglesia.

Con esto no quiero decir que os lancéis iluminadamente hacia los que tenéis alrededor que sabéis que están en pecado y les machaquéis a que se tienen que confesar, pero sí que los recéis con más ahínco porque Dios va a ponérselo más fácil y les va a llegar su momento este año y, si lo véis apropiado, que les hagáis una sutil invitación.

La maravilla de la confesión para nosotros mismos:
Todos tenemos la experiencia de haber fallado a alguien o haber ofendido a alguien incluso a alguien muy cercano. Y todos hemos padecido cómo a veces, aunque luego se pida perdón, la relación ha quedado deteriorada. Sin embargo, no ocurre esto con Dios. Para Dios, cada vez que vamos a pedir perdón, se hace un borrón y cuenta nueva. Confía en nosotros como si nunca hubiéramos caído, como si no siempre volviéramos a caer una y otra vez en lo mismo.

Humanamente tiene un terapeútico efecto psicológico. No hay nada que dé más paz al alma y al corazón que saberse perdonado, pero perdonado de verdad. Es un chollo. Es una garantía avalada de que estás con Dios mejor de lo que estabas antes y con todo olvidado. No hay más religiones que tengan este chollo, por no hablar del valor de esa "terapia psicológica" en el ser humano, no solo en su alma.
Los pecados son piedras que nos pesan y que soltamos gracias a los méritos conseguidos por Jesucristo y que da una paz inmensa soltar y olvidar. No os voy a recomendar que pequéis mortalmente, pero todas lo hemos hecho alguna vez, no hay nada más grande que recuperar la gracia, que soltar la losa de haberla cagado pero bien. Con qué alegría y emoción se sale del confesonario cuando se había ofendido a Dios de verdad.

Además, la confesión da ayuda para luchar en aquello de lo que nos hemos confesado. Por eso es tan bueno confesarse aunque no se tengan pecados mortales, porque se recibe gracia para no volver a caer en eso. Así que un método INFALIBLE para no volver a hacer eso que te preocupa (chillar a tus hijos, contestar mal a tu marido, criticar a personas que en el fondo quieres, enfadarte, etc) es la confesión frecuente de esos mismos pecados. Llegará un momento en que o desaparecen o bajan de nivel y luego en vez de pecados veniales deliberados se van convirtiendo en involuntarios o en simples faltas.

La confesión es pues como un centro de belleza. Te hace mejor persona interiormente. Igual que vas todas las semanas a la peluquería o a la depilación, el confesonario te embellece por dentro, te hace una persona más atractiva porque los pecados, los defectos, no son atractivos. Así que os recomiendo la confesión frecuente como propósito de esta charla para crecer en belleza interior y crecer en amor a los demás y a Dios.

Dios podría no haber inventado el Sacramento de la Confesión, podría haber hecho que simplemente viviéramos pidiendo perdón interiormente y cuando nos muriésemos, juzgarnos y ahí veríamos si pasábamos al Cielo o no. Con la confesión tenemos la garantía (el mismo JesuCristo lo dijo a los apóstoles: "A quienes perdonéis los pecados le serán perdonados y a quienes se los retengaís le serán retenidos" Jun 20, 23) de que en el momento de la muerte se nos juzgará por lo cometido desde el momento de la última confesión. ¿A que mola esa idea?

Y por último recordaros el respeto infinito que Dios tiene a la libertad del hombre. Dios no impone la confesión, tiene que salir del hombre el querer reconciliarse con El, Tiene que ser el hombre el que reconozca que la ha cagado para que Dios entonces pueda decir: "No te preocupes, he mandado a mi hijo a morir por tí, y ya puedes venir al banquete conmigo" que es lo que les dijo a Adán y a Eva, primera confesión de la historia de la Humanidad.

¿Desperdiciaremos este año de la Misericordia convocado especialmente por Dios para que nos acerquemos más a Él, o empezaremos a tratar de confesarnos o a empezar a hacerlo y hacerlo frecuentemente? ¿Aprovecharemos este año de la Misericordia para pedir ayuda a Dios para que seamos capaces de "volver" a la casa del Padre y quitarnos eso que nos tiene atadas a las bellotas? ¿Hablaremos y rezaremos para que los que nos rodean salgan también de comer bellotas y empecemos todos a comer en un banquete tal y como nos merecemos simplemente porque Dios nos ha hecho para eso?








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